El futuro de la lechería
Ezequiel Cabona ingresó a DeLaval hace 27 años. Su vínculo con el mundo lechero viene de familia. Su padre estaba muy ligado al sector, y cuando Ezequiel terminó la facultad, lo fueron a buscar. A los pocos meses de trabajar en la empresa, le propusieron ir a Suecia, a la casa matriz, donde se formó en sistemas de rotación integral, conocidos como “tambos rotativos”.
Tras esa experiencia, Cabona trabajó también en Nueva Zelanda, Australia y Rusia antes de volver a la Argentina, donde continuó su carrera dentro de la compañía. “Hoy manejamos la región de Latinoamérica, desde México hasta Chile. Operamos en más de 20 países, y los principales son Argentina, Brasil, México, Colombia y Chile”, cuenta.
DeLaval no produce leche: su foco es proveer tecnología, asesoramiento y soluciones integrales para la extracción y el cuidado del animal. “Contamos con una granja experimental en Suecia, donde desarrollamos e implementamos innovaciones que luego trasladamos a los productores de todo el mundo”, dice Cabona.

¿Cómo fueron tus inicios en DeLaval y tu recorrido dentro de la compañía?
Empecé en DeLaval hace 27 años. Mi padre estaba muy vinculado al sector lechero, y cuando terminé la facultad me fueron a buscar. A los pocos meses de entrar me propusieron ir a Suecia a trabajar en la casa matriz por seis meses… que terminaron siendo dos años. Allí me formé en un sistema integral de ordeñe rotativo: las vacas entran, se ordeñan mientras giran y salen casi por el mismo lugar. Es un método muy eficiente porque el operario no necesita desplazarse. Después de esa experiencia, viví en Nueva Zelanda, Australia y Rusia, y finalmente regresé a la Argentina. Desde entonces crecí profesionalmente siempre dentro de DeLaval, y hoy estoy a cargo de la operación en Latinoamérica, desde México hasta Chile.
¿Cuál es hoy el alcance de DeLaval en la región?
Operamos en unos veinte países, y los principales son Argentina, Brasil, México, Colombia y Chile. En Brasil tenemos fábrica propia y en el resto centros de distribución o depósitos. DeLaval posee 18 plantas a nivel global, pero nuestro foco está en la tecnología: todo lo que tiene que ver con la extracción de leche y el cuidado de las vacas. No producimos leche, acompañamos a quienes la producen. Incluso tenemos una granja experimental en Suecia que sirve para mostrar innovación y capacitar clientes.

¿Cómo ha evolucionado la lechería argentina en los últimos años?
Hubo grandes cambios en la última década, sobre todo en materia tecnológica. Antes existía una enorme brecha entre los sistemas productivos de América Latina y los de Europa o Estados Unidos. Esa brecha hoy casi desapareció. Ya existen tambos robotizados en la Argentina donde las vacas se ordeñan solas, de forma voluntaria, cuando lo desean. Eso cambia todo, porque respeta los tiempos naturales del animal y mejora su bienestar.
¿Qué rol juega la nueva generación de productores en esa transformación?
Fundamental. Hace diez o quince años, el productor promedio tenía más de 65 años. Hoy hay una nueva generación que valora la tecnología, la automatización y el uso de datos para tomar decisiones. No conciben un tambo sin innovación. Además, buscan mayor calidad de vida y relaciones laborales más humanas. Todo eso transformó el modelo productivo.
El sector atraviesa un proceso de concentración: ¿qué impacto tiene eso?
Es una tendencia global. En 1980, la Argentina tenía más de 30.000 tambos; hoy quedan unos 9000. Menos del 15 por ciento produce la mayor parte de la leche del país. Eso nos llevó a enfocarnos en acompañar a los productores que buscan productividad y escala. La escala permite invertir en infraestructura y tecnología, cosas que en operaciones pequeñas son casi imposibles. Hoy hay tambos con galpones, camas, patios de alimentación y estándares de bienestar animal altísimos.

“Hubo grandes cambios en la última década, sobre todo en materia tecnológica. Antes existía una enorme brecha entre los sistemas productivos de América Latina y los de Europa o Estados Unidos. Esa brecha hoy casi desapareció”.
¿Cómo se alcanza una mayor productividad sin perder la sustentabilidad?
No son conceptos opuestos. Una vaca que produce 50 litros por día emite menos metano por litro de leche que una que produce 10. La productividad también es sustentabilidad. Además, la tecnología permite anticiparse a enfermedades o problemas en el rodeo. Si una vaca camina menos o produce menos leche, el sistema lo detecta y el productor puede actuar antes. Eso reduce pérdidas, mejora la rentabilidad y el bienestar animal.
¿Qué papel cumple la tecnología en esa gestión diaria?
Es clave. Hoy todo se mide y se analiza: el comportamiento, la alimentación, el descanso. La digitalización homogeneizó la producción a nivel global. Un productor argentino puede aplicar el mismo sistema que uno en Indiana o en Nueva Zelanda. Y lo mejor es que el sector comparte información: los productores se abren, muestran lo que hicieron bien o mal. Eso genera una enorme velocidad de aprendizaje.
¿Qué tipo de capacitación ofrecen para los productores y sus equipos?
Tenemos programas de formación continua para todos los niveles: desde los operarios que ordeñan hasta los gerentes que analizan datos. La lechería moderna requiere conocimiento tecnológico, manejo de software y gestión de información. La capacitación mejora la productividad, pero también la calidad de vida en el campo.

“Tenemos tierra fértil, tradición y productores con enorme capacidad. El desafío es la estabilidad macroeconómica: cuando el productor tiene previsibilidad, no tiene límites. La lechería emplea mucha mano de obra y mueve toda una cadena de valor: agricultura, ganadería, transporte, procesamiento. Es un motor del agro argentino”.
¿Qué oportunidades tiene hoy la lechería argentina frente al mundo?
La Argentina produce cerca de 10 mil millones de litros de leche por año y podría llegar a 12 mil millones. Tenemos tierra fértil, tradición y productores con enorme capacidad. El desafío es la estabilidad macroeconómica: cuando el productor tiene previsibilidad, no tiene límites. La lechería emplea mucha mano de obra y mueve toda una cadena de valor: agricultura, ganadería, transporte, procesamiento. Es un motor del agro argentino.

¿Cuál es la rentabilidad promedio del sector hoy?
Un litro de leche se paga entre 35 y 40 centavos de dólar, dependiendo de muchas variables. Los márgenes son chicos, por eso la escala y la eficiencia son fundamentales. El tambo es una actividad intensiva, de las pocas que funcionan los 365 días del año. La vaca no puede dejar de ordeñarse.
¿Cómo acompaña DeLaval a los productores frente a ese contexto?
Ofrecemos asesoramiento, diseño de sistemas de ordeñe, dimensionamiento de salas, planificación de crecimiento y financiamiento cuando es posible. Buscamos generar vínculos de largo plazo, porque la lechería lo exige. Es una actividad que demanda capital, tiempo y compromiso. Si el productor es rentable, puede invertir y seguir creciendo: esa es la verdadera sustentabilidad.
Si tuvieses que resumir el aporte de DeLaval al agro en una frase, ¿cuál sería?
Ayudamos a los productores a ser más eficientes, más rentables y más sostenibles. Nuestra misión es transformar la manera en que el mundo produce leche.